miércoles, 18 de junio de 2014

Estampado en la pared

Si todo el arte urbano fuera tan limpio...


Pero no es fácil asumir la sencillez de unas formas, la evidencia de una silueta. No es el toro de Osborne que recorta los horizontes de nuestros paisajes españoles. Pero es el toro de lidia, ese emblema de un arte ancestral, vínculo con la tierra, con la naturaleza agreste y semi-salvaje. Inicio de una civilización, asunción de un estatus que no renuncia a sus orígenes, que no olvida a sus enemigos, o que estrecha lazos de sangre con sus contrincantes, en una lucha que ennoblece y mejora las razas.
Sí, por algo indefinido -como un presentimiento pasado y olvidado-, reconocemos y elogiamos la nobleza del animal, asombrados ante su bella estampa.
Pero volvemos a nuestra calle, por una vez limpia. Estará nuevamente inmaculada cuando salga el sol y -desaparecidas las luces y sombras que nos mostraron la belleza del icono- se haya esfumado, como se va el sueño, la imagen admirada.

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